Deambular
por las calles entre la multitud como sonámbulo, ni siquiera reconociendo que
quienes van a nuestros lados son seres humanos. Deambulando lleno de tormentos
y desquiciado porque las tensiones que se han hecho dueño de nuestro presente y
la esclavitud de un eterno e interminable martirio de cuentas y deudas
contraídas cuyas fecha por pagar se nos estrujan en la cara porque el tiempo de
los días van más aprisa que los días de pago.
Así
la vida moderna entre el bullicio de la ciudad, donde pretendemos reflejar en
las ropas llevada puestas el recuerdo histórico de la decencia y la
humildad, pues que locura, hasta una sonrisa negamos a nuestros
semejantes. Pues nos dejamos emborrachar del intenso deseo de quererlo todo, de
asirnos de todo lo que exhiben las vitrinas en nuestro paso.
Los
afanes de este moderno mundo, han borrados los sentimientos de bien, los
ajetreos a que nos entregamos en día a día están más enfocados en la apariencia
que en la dignidad y el decoro y el respeto mutuo. Nos imbuimos en la
muchedumbre como manadas perdidas en el solitario desierto en que hemos
convertido la ciudad.
Hemos
envenenado nuestra sangre, nuestra mente, nuestra vida con cosas frívolas y
artificiales que han venido a robarnos la felicidad. Nos hemos aferrado tanto a
la acumulación de inventario de materiales superfluo que hemos olvidado las
propias base en que la familia debe fundamentarse porque hemos decidido escoger
el camino fácil, porque hemos perdido la capacidad de la empatía, de la
compasión y nos hemos despejados del amor por el prójimo.
Que
puede importar que haya superado las pasiones y deseos personales cuando el
alma se ahoga en el abismo vacio de la soledad. Que se haya moldeado y
edificado un mundo de ensueño si quienes hacen de compañía son aves de rapiña convirtiendo los
nidos en un frio y solitario infierno. A quien le importa que haya colocado la
bandera en la cima más alta cuando en el camino como huracán ha dejado huellas
de destrozos y desolación solo por el hecho de complacer el ego.
Nunca
será más humano cuando las pisadas sean sobre el desconsuelo de tus prójimos y
en la búsqueda del bienestar personal se arrastre como marea enloquecido el
humedecido de las lágrimas desconsolada de aquel que mira bajo el suplicio de
la compasión.
La forma más humilde de
convivencia es precisamente aquella que se presta con más facilidad a la
ignorancia y desconocimiento. Sin un gran equipaje acuesta y a veces sin saber
donde recostar su cabeza al caer la noche, hace un tiempo, vino a mostrarnos un
mejor camino, una mejor manera de convivir. Una vida simple, llena de paz y
amor.
Aquel que no se vanaglorió
de ser príncipe ni rey, entrego no solo su amor, su vida, sacrificio santo para
aquel que perdido encuentre en él, la luz que ilumine su camino y le de valor y
sentido a su vida. Compartió no solo con uno, sino, con cientos unos panes y
pececillos. Nos mandos mostrar respeto, pero no hacer inventarios donde el orín
y las polillas destruyen.