La curiosidad me encendió el bombillo al mismo tiempo que me quede
frisado, atónito cuando mi esposa me decía que la “nevera” dejo de funcionar.
Obviamente la impotencia que sentía en ese instante se mezclaba con la frustración, pues justo al tiempo de pagar
el último pagare a la mueblería comenzaría el largo camino de tortura de
llamada al técnico en refrigeración.
Como una experta, mi hija más joven añadía que “todo lo que se compra
en esa mueblería se daña al cumplir un año” ¿Que de cierto resaltaban esta observación?
Hicimos nuestra investigación de campo (en el hogar) y en nuestro momento
vespertinos de reunión familiar nos dimos cuenta de una gran verdad, algo de
cierto encerraba la afirmación de esta joven.
Vivimos en una sociedad totalmente materializada, dirigida
al consumo. Las calles están repletas de anuncios, la radio, la televisión y
los medios de Internet nos bombardean constantemente con ofertas de productos
de diversas clases y nos hacemos presa fácil de estas novedades que a través de
las herramientas del marketing caemos en
sus brazos, en sus “trampas”.
En nuestra discusión familiar nos enfocamos en conocer que es lo que
realmente pasa que estos productos dejan de funcionar correctamente después de
cierto tiempo, tiempo que por supuesto altera nuestro ahorro o incrementa
nuestros gastos, atándonos eternamente a un circulo de compra indefinida de
estos ajuares.
Y de esta forma llegamos a conocer lo que nos temíamos era nuestro
mortal enemigo invisible: la obsolescencia programada, que no es más que la
determinación de la vida útil de producto, de manera que tras cierto tiempo de
uso este se torne obsoleto, que comience a fallar, esta determinación la
realiza el fabricante en la etapa de diseño del producto y por supuesto nos
obligaría constantemente adquirir de nuevo el producto.
Si, cierto, es una práctica totalmente deshonesta de parte del
fabricante, y una falta de responsabilidad del estado que está llamado a
vigilar la calidad de los productos que salen al mercado, mediante la
protección al consumidor, pues esta práctica tiende a incrementar los gastos de
la sociedad y afectar el medio ambiente por la cantidad de desecho y residuos
de productos contaminante que van a parar a nuestro entorno afectando al medio
ambiente.
Detener esta práctica es realmente difícil, pero no imposible. Así
como utilizamos Facebook para mostrar nuestro mejor selfie, por ejemplo, de
esta forma podemos crear conciencia y dar a conocer en cada circunstancia
cuando algún producto de tal marca o compañía viene enmascarado bajo esta
práctica y divulgarlo. Sabemos que una golondrina no hace verano, pero si
podemos como ente social crear ciertas condiciones para crear temor en estos empresarios deshonesto y
menguar esta práctica corrupta.