Un
bastón pueda que sea necesario para sostenerse mientras la marcha es lenta e
insegura al desplazarse, es el apoyo que resiste y brinda el sostén necesario de
la estabilidad perdida en las extremidades inferiores al pasar de los años.
Cabellos blancos como corona del logro obtenido al sobrevivir a las lanzas,
flechas y dardos que la sociedad le ha hecho enfrentar y que con grito de
victoria solo son recuerdos que adornan la historia particular.
La
historia puede que no importa, los
cabellos blancos apenas son el símbolo del recuerdo que como anécdota se cuenta
con voz entre cortadas y casi apagada por el cansancio del tiempo, cientos de
veces para deleite solo de ingenuos jovencitos que verán en las pláticas personajes
de cartón de un relato más.
Sobreviviente
a las lluvias que con cobija de cartón, desvía en la fría noche las goteras que
golpeaban los sueños de cansancio después de una larga jornada en busca de cómo
saciar y calmar los hambrientos sonidos del estómago vacío. En la soledad solo se
desea ver emerger en el horizonte el acercamiento de los rayos tibios del sol
anunciando la partida de la oscuridad y la larga jornada del día a enfrentar y
repetir la misma historia un día más, un día más.
Invisible
es el apellido que se hereda mientras suma cansancio y años a la vida. Está
ahí, para recoger unas monedas de miseria de la sobra de alguien que con más
miedo que vergüenza arroja. Siendo un elemento necesario para aquellos que los
golpe al pecho lo hacen sentir culpable, pero son incapaz de extender las manos
de la misericordia para no mancharse de la suciedad y el olor sucio de la piel sucia.
Una
medida apreciable vestida de insensibilidad: comunidad de indigentes y asienta
bien el nombre y refleja la preocupación de la sociedad en la búsqueda de una
solución a la problemática de aquellos que afea la arquitectura de la ciudad,
un estorbo del camino. Decir indigente es más considerado que su sinónimo: pordiosero.
Pordiosero envuelve un sentimiento de culpa, indigente por el contrario permite
una oportunidad de alardear de ser buen hombre, como la sonrisa expresada al
regalar unas monedas para que el prójimo observe que tan humano se es.
Porque
aquello de amar al prójimo como a ti
mismo, no tiene espacio en la vida material, más bien es un requisito
social de pasatiempos que se agrega al historial de logros para expresar el
acercamiento humano hacia los demás. Extender la mano al necesitado se ha
convertido en una tendencia de modas para expresarnos a través de las redes
sociales y disimular ese demonio interior que empuja lo humano al despeñadero
como oveja perdida.
Hay
una necesidad urgente de ser humano,
hay una urgente necesidad de ser más compasivo, de irradiar más luz que
tinieblas al mundo. “Yo confieso”, no
basta ni es suficiente con golpear el pecho mientras se recita. Es convertir en
obra del diario vivir el pensamiento, la palabra sin omisión.
Pululan
por las calles, avenidas y parques llenos de tormentos, deseando llover para
saciar la sed con algunas gotas de aguas, para bañarse la vida y apaciguar las
tormentas del fétido olor de su piel. Andan por ahí, andando los caminos de la
vida que Dios le ha permitido caminar bajo la mirada indolente de los demás.
Anda por ahí queriendo aferrarse a la esperanza para que no muera y si muere,
ser arrastrada por ella, porque pagan el pecado de una sociedad que los ha
abandonado a su suerte, un sistema que margina al débil y sostiene al fuerte.
La
compasión no es palabra, es obra. La compasión es humana, es Cristo vivo. La
diferenciación entre personas no es más que un puñal a aquellos hambrientos de
oportunidades, a aquellos a los cuales no se le ha sido justo y se le ha negado
la mano amiga. La indigencia es producto de un sistema carente de sentido
humano, sin compasión.