La
moral y cívica nos enseña como debemos comportarnos en los lugares públicos.
Nos inculca el respeto a observar y los valores morales que nos convierte en
ciudadano modelo, nuestros deberes y derecho ante la sociedad o nación, en fin,
unas series de códigos aceptados para la convivencia en orden, en armonía y pacífica.
Por lo menos, era el objetivo que se perseguía en las escuelas.
Pero
de repente todo cambió, a alguien que precisamente fue educado con estos
principios, sencillamente se le ocurrió cambiar a un sistema nuboso en donde el
concepto de ser humano y sus valores
fueron despreciados. De esta forma quienes creían en una sociedad o nación justa,
para el bienestar de todos, con una mejor calidad de vida, una sociedad de igualdad e equidad se convirtió
en un desbarajuste. Se transformó en una sociedad en donde la ley es irrespetada
constantemente mientras que los hombres
y mujeres que se manifiestan a favor del bienestar de sus conciudadanos son
menospreciados y arrinconado.
La
manifestación de apatía y su falta del sentir humano, de propulsar una sociedad
más justa y equitativa simplemente hizo que en las escuelas descartaran estas
enseñanzas. Dando la impresión de que es mejor, para el beneficio de algunos,
mantener un caos bajo control a que impere el orden y respeto entre los
ciudadanos.
Es
difícil vivir en una sociedad donde el delincuente tenga más facilidad ante la
ley, es decir, educar una familia donde los padres tengan que hacer el papel de
cobarde y tragarse el anzuelo en presencia de la mirada desconcertada de sus
hijos para poder sobrevivir en un mundo tan obscuro donde el deshonesto es
llamado señor.
Demostrar
la culpabilidad de un delincuente es tan difícil que aparenta más fácil pasar
un elefante por el ojo de una aguja, y no es sorpresa. Es que ser honesto y
trabajador no ayuda ni es suficiente ante la justicia que está llamada a medir
a todo por igual. Una justicia que profesa que todo somos inocente hasta que se demuestre lo
contrario, cierto la oportunidad de defensa debe ser para todos en igualdad de
condiciones. Pero en teoría pueda que
sea cierto, mientras que en la práctica, en la realidad ni siquiera es necesario
auxiliarse de la estadística para demostrar como los delincuentes tienen una y
otras oportunidades y continúan siendo reincidente en los mismos actos
delictivos bajo la impotencia, desamparo y el asombro de los afectados que se
quedan con la carabina al hombro esperando incapaz que se aplique simplemente
justicia.
Aunque
parezca una utopía, no debe sorprender, que el caos bajo control rinde sus
beneficios, los cuales se sustenta en el bajo nivel de educación y la
ignorancia reinante en el pueblo. Solo hace falta vivir los agonizantes
momentos cuando tus vecinos te irrespetan con el volumen de su “música” y siente esa impotencia
sabiendo que solicitar el auxilio de las
autoridades puede acarrearte peores consecuencias.
El
indecente e intolerante ruido al que nos exponen los negocios y los vehículos
mientras circulan por las calles y avenidas enfermando nuestros sistemas
nerviosos y estresando nuestra vida.
Seguro
que ha observado que quienes pasan el alto del semáforo en rojo son vehículos
conducidos por individuos vestidos formalmente, distraído con su celular y
tocando bocina porque se creen dueño y señores de las calles, y de forma
reincidente lo hacen alegremente, traspasando este derecho a sus sucesores, como herramienta indispensable de su éxito
por encima de los demás.
Todo
esto es parte sistemática de una mentalidad enferma de mantener el desorden
mientras nos quitan la oportunidad de enfocarnos en los verdaderos problemas a
resolver para sostenernos como sociedad y desprendernos del salvajismo que nos
aferra a la pobreza.
La
educación moral y cívica, es la educación que forma al individuo dirigida en
fortalecer las relaciones sociales y los espacios de convivencia social entre
las personas.
Esta
enseña la solidaridad, la cooperación entre los conciudadanos, el respeto a los
demás y la convivencia social. Educar un pueblo debe inculcarse a través del
sistema educativo los valores cívicos y morales como pilar fundamental en el
progreso de la nación, para crear y fortalecer una sociedad más justa para
todos por igual.
Nunca
es tarde si el beneficio es el progreso y bienestar para el pueblo.