Hemos leído que dice: “en el principio creo Dios los
cielos y la tierra”, y lo creó como
hábitat natural para que todos sus hijos disfruten de tan magnífica obra. Obra
que entregó en nuestras manos, la cual
nos encargo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en
los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se
mueven sobre la tierra”.
Así está escrito en el libro de Génesis, mas en
ninguna parte nos habla sobre destruir, sino que esta obra es para nuestro soporte
y vivencia. Para señorear sobre ella como hijo del Creador, para sojuzgar en
ella como seres pensantes con capacidad de discernir, de valorar sabiendo la
diferencia entre obscuridad y luz.
En la actualidad, sufrimos las consecuencias de
nuestros inconvenientes actos, mas en particular, la insensibilidad de nuestros
líderes que no han sabido como gerencial los recursos entregados en nuestras
manos para el bienestar de todos. Como consecuencias, fruto de la incapacidad e
intolerancia de poner en práctica los conocimientos básicos para el sustento de
nuestra casa mayor que se nos cae a pedazo.
Aunque parezca simple, el esfuerzo de crear un mundo
nuevo, viene con el temor influenciado cuando estamos en los límites del
precipicio, al borde de caer al abismo de la obscuridad que es cuando los
sentimientos de culpa, recordando nuestros actos de desobediencia golpeándonos
el pecho. A pesar de la incredulidad de muchos, que aún en la ceguera de las
vendas de la corrupción queriendo ver, permanecen ciegos ante el daño que se le
ha causado al mundo.
En la actualidad, gritamos a los cuatros vientos,
desesperados, pidiendo con toda misericordia a favor de la sensibilidad humana
un poquito de amor con una semilla en nuestras manos, para sembrar la esperanza
de que el color verde retorne a la vida y así recuperar y arrebatar de la
muerte nuestro planeta.
En las dudas de mucho, así como Thomas, vestido de
la incredulidad a pesar de la morbosidad con que los medios de comunicación escandalizan
las deforestaciones y la consecuente muerte de los ríos y demás fuentes acuífera, donde ni siquiera
el temor de la subida del nivel del mar ni las constantes inundaciones que se
suceden por doquier nos hacen reflexionar.
Ahora salimos a la calle, con el lema de crear un
mundo nuevo ¡que miserables somos!
Administrar la medicina incorrectamente al enfermo,
creyendo que lavando las sábanas el cuerpo sanará. Alentar la consciencia de
todos con una semilla cuando los grandes bosques, colinas y las cuencas de los
ríos son destruidos por grandes empresas a la vista de las autoridades y los líderes
y simplemente nada pasa.
Por supuestos que los departamentos de mercadeo nos
presentan una muy buena ilusión de un mundo nuevo con sus anuncios haciendo
crecer una matita en cuestión de segundos junto a la ingenua sonrisa de un niño
bajo los efectos tecnológicos que nos deja pasmado, pero que ni siquiera sombra
nos da.
Sembremos el árbol, pero paremos la destrucción. Evitemos la muerte de
nuestro hábitat natural, nuestra casa mayor. Crear consciencia no es suficiente
sino se materializan los esfuerzos de detener y curar la enfermedad en el
cuerpo no en la sábana.
Sembremos vida, no ilusiones.
“Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que
da semilla, que está sobre toda la tierra,
y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer”.
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